La sangre del hijo by A. J. Quinnell

La sangre del hijo by A. J. Quinnell

autor:A. J. Quinnell [Quinnell, A. J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1985-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 14

Cuando la caña se arqueó, Cady empezó a recoger el sedal, con la vista clavada en el agua cristalina. Vio el destello de colores a varias brazas de profundidad y gritó con satisfacción. Joan White le había prestado la caña una hora antes y le había indicado cómo llegar hasta aquel acantilado a un kilómetro del hotel, y él prometió proveer la cena para los ocho huéspedes. Le habían exigido severamente que no debía pescar a menos de trescientos metros de distancia del hotel.

Recogió el sedal y agarró el salabre que tenía a su lado. Momentos más tarde el pez yacía en la cesta de mimbre, junto a otros cinco. Calculó que habría unos diez kilos de pescado: más que suficiente.

Dejó la caña a su lado y se recostó. Era un lugar solitario, alejado del camino de la costa. A lo lejos se veía la isla La Digue, a poco más de treinta kilómetros. Recordó la historia de Bruce McDonald y se dijo que lo comprendía; debió reconocer con tristeza que le costaba más entender su propia actitud.

Siempre le habían atraído las mujeres maduras. A diferencia de muchos de sus amigos, no daba una importancia vital a la belleza física. Si la mujer era hermosa tanto mejor, pero no era lo más importante. Kirsty era hermosa, indudablemente, pero esto no era lo que la hacía cada vez más atractiva a sus ojos. Al principio pensaba que quizá, con el tiempo, llegaran a ser amantes: era un proceso natural, casi lógico. Pero la situación había cambiado después de la conversación en el hospital, para su confusión y alivio. Serían sólo buenos amigos.

Aquel día, por primera vez, había experimentado una verdadera sacudida ante la belleza de una mujer. Fue en el momento de abordar el Manasa. Lani estaba en cubierta, y al verla quedó paralizado, con un pie en el muelle y el otro en la planchada. Kirsty, Ramesh y Jack se habían adelantado y no vieron su azoramiento. En sus viajes por Indonesia, Hong Kong, Bangkok y Singapur, Cady había conocido a bellísimas muchachas orientales, pero ninguna lo había afectado así.

La reacción de ella había sido diferente. Retrocedió impresionada al ver la cara de Cady deformada por los golpes.

La comida había sido exquisita. Pescado, verduras, pollo y arroz, suavemente sazonados. Comieron con cuchillo y tenedor, porque Lani pensaba que era absurdo comer con palillos y tosca vajilla occidental. Cady preguntó si en la tienda tenían loza china. Ella respondió que sí, pero que era muy cara.

Cady se volvió hacia Ramesh:

—Voy a comprar un juego para el barco. Semejante comida lo merece.

Ramesh miró su plato de plástico rayado.

—Gracias, Cady. Acepto con mucho gusto.

—Algo más —dijo Cady con firmeza—. Kirsty dice que no nos cobrarás por el viaje. En aquel momento ella no sabía si yo vendría o no. No tengo mucho dinero, pero algo puedo pagar, y lo haré.

Ramesh sonrió.

—No será necesario. No voy a apartarme de mi ruta inicial, y además me gustaría tenerte a bordo para ayudarme con el motor.



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